Los pueblos celtas ahuecaban nabos y ponían carbón dentro de ellos. Depósitaban estos nabos en las tumbas, para iluminar el camino de regreso al mundo de los vivos a sus difuntos más queridos y así les daban la bienvenida. También servía para proteger de los malos espíritus.
Cuando con el tiempo los irlandeses llegaron a América, conocieron las calabazas y vieron que estas eran mucho más grandes y fáciles de ahuecar que los nabos, así que se cambió la tradición de meter una luz dentro de un nabo, por el de hacerlo dentro de una calabaza.
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